El comercio exterior fue mantenido y monopolizado por los españoles a través de un consulado comercial en Sevilla. La familia real abrió importantes astilleros en los puertos de Cádiz y Sevilla, donde se montaban flotas para el transporte no solo de mercancías, sino también del correo y diversos bienes reales.
En la Nueva España fue necesario abrir varios puertos comerciales:
Veracruz, conectado con el Océano Atlántico, y Acapulco, conectado con el Océano Pacífico, para abrir el Virreinato español a territorios asiáticos como Filipinas. Aprovechando las redes comerciales establecidas por la metrópoli, trajeron otros bienes de España: