Los textos recreativos tienen su origen en la tradición oral, que fue el primer medio de comunicación utilizado por las comunidades para transmitir historias, conocimientos y valores. A partir de la oralidad surgieron expresiones populares como las leyendas, los mitos, las canciones y otros relatos que reflejaban las creencias, costumbres y aspiraciones de los pueblos. Una de las características principales de estos textos orales es su carácter colectivo: eran creados y transformados por la comunidad, lo que los convertía en parte del dominio público. Debido a esto, es común encontrar una diversidad de versiones sobre un mismo tema, ya que cada narrador añadía o modificaba elementos según su propia perspectiva o las necesidades del momento.
Con el tiempo, y especialmente con el desarrollo de la escritura, se hizo posible registrar estos relatos de manera permanente. La escritura permitió que los textos populares, en particular aquellos de carácter filosófico-religioso y emotivo, quedaran plasmados para la posteridad. Esto marcó un punto de inflexión en la historia de los textos recreativos, ya que pasaron de ser un recurso efímero y mutable a convertirse en obras duraderas e inalterables. La escritura no solo aseguró la conservación de estas historias, sino que también permitió que trascendieran las fronteras de tiempo y espacio, alcanzando a nuevas generaciones y culturas.