Guerra anglo-bóer Los bóers (también conocidos como afrikaners) fueron agricultores holandeses que se establecieron en la región del Cabo a mediados del siglo XVII. Calvinistas con profunda fe y racismo, expropiaron tierras indígenas. Entre 1835 y 1845 tuvieron que retirarse de estos territorios bajo la presión de los colonos británicos y así se establecieron en las regiones más septentrionales de Orange y Transvaal. Fue en esta zona donde chocaron los intereses de los colonos ingleses (principalmente mineros) y los intereses de los bóers (principalmente pastores y agricultores).
La Guerra Anglo-Bóer, también conocida como Segunda Guerra Bóer, fue un conflicto que tuvo lugar entre 1899 y 1902 en Sudáfrica. Este fue un enfrentamiento significativo en la historia mundial contemporánea que involucró a los colonos bóer (descendientes de los primeros colonos holandeses) y los británicos, que competían por el control de la zona y sus preciosos recursos. A continuación se muestra un resumen de la guerra anglo-bóer junto con algunas de sus características clave.
El conflicto comenzó tras el descubrimiento en 1886 de ricos depósitos de oro y diamantes en los territorios bóers.
Además, Gran Bretaña, por razones geopolíticas, estaba muy interesada en unir el continente africano de norte a sur bajo su soberanía, mientras que los bóers, al igual que otros pueblos como los zulúes, impidieron estas reclamaciones.
Durante la Guerra Anglo-Bóer que duró de 1899 a 1902, se juntaron los factores políticos y económicos inherentes al fenómeno imperialista. Conocido como el instigador del conflicto, Cecil Rhodes, empresario británico y gobernador de Ciudad del Cabo, cuyo objetivo era asegurar el dominio sobre todo el sur de África para Gran Bretaña.
El curso de la guerra pasó por diferentes etapas: desde las primeras victorias de los afrikaners (bóers) que el presidente Kruger declaró la guerra a los británicos, hasta su derrota tras un sangriento asalto bélico. En 1902, el Tratado de Vereeniging puso fin a las hostilidades y los bóers fueron gobernados por el Imperio Británico, conservando al mismo tiempo una gran autonomía en las provincias de Orange y Transvaal.