Las actividades agrícolas y mineras propiciaron a su vez el surgimiento de talleres artesanales y obrajes; en los primeros se trabajaban productos de hierro, cobre, vidrio y cerámica, entre otros. En los obrajes, antecedente de la industria textil, se tejían telas de lana y algodón. La labor se podía realizar en alguna casa o en locales establecidos en las ciudades, bajo el control de un gremio.
Desde su llegada, los españoles reconocieron las habilidades y destreza de los indígenas para desarrollar los oficios, sin embargo, a pesar de ser grandes artistas y artesanos, se les pagaba poco y se les restringía la enseñanza para la ejecución de ciertas actividades, especialización en la produce que los artesanos españoles consideraban reservadas para ellos.